lunes, 21 de mayo de 2012

Reflexiones inesperadas

Publicado por Humberto Maturana
Mucho hablamos de la sabiduría de la naturaleza en admiración por la armonía de los distintos modos de la realización del vivir en las distintas clases de organismos que observamos en nuestro entorno.  Y lo que nos maravilla es la impecabilidad particular de la coherencia de los distintos procesos involucrados en la realización de los distintos modos de vivir y las distintas circunstancias en que ocurren.  En esta actitud tratamos al organismo como modelo de perfección en la coherencia de los múltiples procesos entrelazados que realizan su vivir. Y tanto admiramos la armonía en la realización del vivir de un organismo que pensamos que esa armonía debe ser el resultado de un diseño divino; y usamos también la visión de esa armonía para evocar la presencia de Dios en todo.  Dios cuida su creación, y cuando nos parece ver la pérdida de esa armonía en alguna circunstancia, no pensamos en un descuido divino, sino que en la presencia de algún agente demoníaco que destruye la unidad de su obra.

Hace ya algún tiempo un amigo Economista me preguntó: ¿Cómo lo hace un organismo para recuperarse de un daño? ¿Cómo lo hace para conservar su armonía íntima?  Mi respuesta fue: El organismo no se mira en gastos porque en su operar todos los aspectos de la realización de su vivir como la unidad que es, son igualmente importantes porque todos son parte de la interconectividad sistémica-sistémica (sistémica recursiva) de la continua conservación de su operar como ser vivo en unidad con el medio que lo contiene y hace posible; un organismo conserva su armonía íntima sólo en tanto opera así.  El organismo en la espontaneidad de su operar no “descuida” ningún aspecto de la realización de su unidad como totalidad sistémica.

El descuido es ceguera, irresponsabilidad o negligencia en la convivencia humana en el ámbito de lo que sabemos que sabemos o que sabemos que deberíamos saber de la conservación de la integridad de nuestro vivir y del mundo que nos hace posibles como seres conscientes y reflexivos.  Actualmente vivimos una cultura enajenada en el descuido: descuido social-ético entre nosotros mismos en nuestras distintas formas de convivencia; descuido ante nuestros hijos en lo que se refiere a su formación ética-social como ciudadanos democráticos; descuido ante el mundo natural que nos contiene y hace posibles. El cuidado sólo es posible desde el amar y el respeto por uno mismo y por el mundo que uno genera en la convivencia con otros, y sólo ocurre desde la disposición a no mirarse en gastos entregando toda la energía necesaria que requiere.

Los seres vivos solo conservamos nuestro vivir cuando nos encontramos en armonía con el medio (la buena tierra) que como nuestro nicho nos hace posibles como nuestro ámbito y medio de existencia: los seres vivos en la realización de nuestro vivir existimos como organismos en una unidad operacional-relacional organismo-nicho.  En ese vivir la mayor parte de la energía que un organismo consume se consume en la conservación armónica de esa unidad, y cuando esa conservación se interfiere el vivir del organismo se deteriora, la unidad organismo-nicho se desintegra y el organismo muere.  Los ámbitos de convivencia, los mundos que generamos los seres humanos como personas que reflexionamos sobre en nuestro vivir-convivir biológico-cultura y social constituyen nuestro nicho. Sin embargo estamos tan inmersos en el presente en una cultura de descuido y la negligencia que no vemos que la mayor parte de los problemas de nuestro vivir actual (pobreza, muertes en el maremoto, fracasos en la educación, la falta de energías limpias, crecimiento desbordado de la población, daño ecológico, vivienda,…) surgen no de falta de conocimientos, habilidades o energía, sino que de la ceguera que trae consigo nuestro vivir-convivir cultural en el descuido ético-social y ecológico.  Como humanidad hemos inventado en diferentes momentos de nuestra historia distintas teorías demográficas, políticas, religiosa, filosóficas, económicas, sociales, científicas y de progreso evolutivo… con las que justificamos el vivir-convivir cultural que vivimos y nuestra insensibilidad social y ética ante el dolor que en éste vivir-convivir generamos.

Los seres humanos somos los únicos seres vivos en la tierra que podemos reflexionar sobre lo que hacemos; y somos así mismo los únicos que podemos escoger salir de la psiquis del descuido y negligencia cultural en que estamos sumergidos.  Y si en verdad queremos vivir y convivir generando y conservando la ética social propia del convivir democrático que nos entrega autonomía de reflexión y de acción, en un universo necesariamente cambiante, tenemos los conocimientos, las habilidades, la energía y el tiempo para hacerlo como un proyecto país que a todos nos involucre.

¿Queremos hacerlo? ¿Queremos cuidar nuestro país en su autonomía creativa? ¿Queremos cuidar en él la armonía ecológica atropósfera-biosfera?

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