Publicado por Humberto Maturana
Mucho
hablamos de la sabiduría de la naturaleza en admiración por la armonía de los
distintos modos de la realización del vivir en las distintas clases de
organismos que observamos en nuestro entorno. Y lo que nos maravilla es
la impecabilidad particular de la coherencia de los distintos procesos
involucrados en la realización de los distintos modos de vivir y las distintas
circunstancias en que ocurren. En esta actitud tratamos al organismo como
modelo de perfección en la coherencia de los múltiples procesos entrelazados
que realizan su vivir. Y tanto admiramos la armonía en la realización del vivir
de un organismo que pensamos que esa armonía debe ser el resultado de un diseño
divino; y usamos también la visión de esa armonía para evocar la presencia de Dios
en todo. Dios cuida su creación, y cuando nos parece ver la pérdida de
esa armonía en alguna circunstancia, no pensamos en un descuido divino, sino
que en la presencia de algún agente demoníaco que destruye la unidad de su
obra.
Hace
ya algún tiempo un amigo Economista me preguntó: ¿Cómo lo hace un organismo
para recuperarse de un daño? ¿Cómo lo hace para conservar su armonía íntima?
Mi respuesta fue: El organismo no se mira en gastos porque en su
operar todos los aspectos de la realización de su vivir como la unidad que es,
son igualmente importantes porque todos son parte de la interconectividad
sistémica-sistémica (sistémica recursiva) de la continua conservación de su
operar como ser vivo en unidad con el medio que lo contiene y hace posible; un
organismo conserva su armonía íntima sólo en tanto opera así. El
organismo en la espontaneidad de su operar no “descuida” ningún aspecto de la
realización de su unidad como totalidad sistémica.
El
descuido es ceguera, irresponsabilidad o negligencia en la convivencia humana
en el ámbito de lo que sabemos que sabemos o que sabemos que deberíamos saber
de la conservación de la integridad de nuestro vivir y del mundo que nos hace
posibles como seres conscientes y reflexivos. Actualmente vivimos una
cultura enajenada en el descuido: descuido social-ético entre nosotros mismos
en nuestras distintas formas de convivencia; descuido ante nuestros hijos en lo
que se refiere a su formación ética-social como ciudadanos democráticos;
descuido ante el mundo natural que nos contiene y hace posibles. El
cuidado sólo es posible desde el amar y el respeto por uno mismo y por el mundo
que uno genera en la convivencia con otros, y sólo ocurre desde la disposición
a no mirarse en gastos entregando toda la energía necesaria que requiere.
Los
seres vivos solo conservamos nuestro vivir cuando nos encontramos en armonía
con el medio (la buena tierra) que como nuestro nicho nos hace posibles como
nuestro ámbito y medio de existencia: los seres vivos en la realización de
nuestro vivir existimos como organismos en una unidad operacional-relacional
organismo-nicho. En ese vivir la mayor parte de la energía que un
organismo consume se consume en la conservación armónica de esa unidad, y
cuando esa conservación se interfiere el vivir del organismo se deteriora, la
unidad organismo-nicho se desintegra y el organismo muere. Los ámbitos de
convivencia, los mundos que generamos los seres humanos como personas que
reflexionamos sobre en nuestro vivir-convivir biológico-cultura y social
constituyen nuestro nicho. Sin embargo estamos tan inmersos en el presente en
una cultura de descuido y la negligencia que no vemos que la mayor parte de los
problemas de nuestro vivir actual (pobreza, muertes en el maremoto, fracasos en
la educación, la falta de energías limpias, crecimiento desbordado de la
población, daño ecológico, vivienda,…) surgen no de falta de conocimientos,
habilidades o energía, sino que de la ceguera que trae consigo nuestro
vivir-convivir cultural en el descuido ético-social y ecológico. Como
humanidad hemos inventado en diferentes momentos de nuestra historia distintas
teorías demográficas, políticas, religiosa, filosóficas, económicas, sociales,
científicas y de progreso evolutivo… con las que justificamos el vivir-convivir
cultural que vivimos y nuestra insensibilidad social y ética ante el dolor que
en éste vivir-convivir generamos.
Los
seres humanos somos los únicos seres vivos en la tierra que podemos reflexionar
sobre lo que hacemos; y somos así mismo los únicos que podemos escoger salir de
la psiquis del descuido y negligencia cultural en que estamos sumergidos.
Y si en verdad queremos vivir y convivir generando y conservando la ética
social propia del convivir democrático que nos entrega autonomía de reflexión y
de acción, en un universo necesariamente cambiante, tenemos los conocimientos,
las habilidades, la energía y el tiempo para hacerlo como un proyecto país que
a todos nos involucre.
¿Queremos
hacerlo? ¿Queremos cuidar nuestro país en su autonomía creativa? ¿Queremos
cuidar en él la armonía ecológica atropósfera-biosfera?